“¿Cómo era nuestra vida cuando no existían los celulares ni internet?”, es una pregunta que escuché hace pocos días en una charla entre familiares que sentían temor por lo que se exponían sus hijos en Facebook. La respuesta, por supuesto, fue un acalorado debate entre los defensores de los avances tecnológicos, contra los que añoraban la vuelta de los tiempos en los que para saber como estaba un amigo íbamos hasta su casa y le tocábamos el timbre.
Pero los tiempos cambian y la sociedad se mueve de acuerdo a las tendencias, muchas veces generadas por necesidades de los mismos individuos. Todo esto con internet se agudizó, la privacidad pasó a ser algo obsoleto, y las redes sociales terminaron de enterrarla, para convertir nuestras vidas en micro realitys en los que nuestros espectadores son, en teoría, amigos.
El potencial que ha generado Facebook es quizás el segundo impacto más grande a nivel mundial en la era de internet, después del producido por Google, empresa que le allanó el camino a la red social de Zuckerberg, hacia usuarios ansiosos por conocer más y más.
Desde su nacimiento el el 4 de febrero de 2004 y con nueve años de vida, marcados por sus primeros inestables años, en los que estuvo varias veces a punto de sucumbir, Facebook ha cambiado la forma en la que nos relacionamos con nuestros pares, e incluso, la forma en que nos mostramos ante ellos.
¿Es posible que una simple comunidad virtual haya logrado cambiar hábitos y costumbres de todo tipo de sociedades alrededor del mundo? ¿Qué tanto benefició y perjudicó nuestra verdadera vida social la llegada de esta especie de Matrix donde podemos borrar una foto en la que no salimos muy bien o contarle al mundo lo que comimos, compramos, vendemos o pensamos?
Para 2012, Facebook pasaba la barrera de los 900 millones de usuarios, se convertía en una potencia global con predominio en los cinco continentes sin distinción de credos ni costumbres, y disparaba récords como 250 millones de imágenes cargadas por día o una cotización bursátil superior al Producto Bruto Interno de algunos países del mundo.
¿Podríamos decir que esta red social se ha convertido en un reflejo de las mejores virtudes y peores miserias de los seres humanos?
Casos que trascendieron, tanto para bien como para mal, hay miles. Por el lado anecdótico, encontramos la historia de los dos usuarios con el mismo nombre (Kelly Hildebrandt ) que se conocieron a través de la red social, se casaron y se divorciaron, el de los desafíos de conseguir miles de “Me Gusta”, al estilo petitorio de firmas para realizar acciones tan disímiles como dejar de fumar,
comprarle una mascota a un niño o tener sexo con una amiga.
Otras situaciones como encontrar parientes lejanos, personas perdidas o convertir un simple perfil en una herramienta de denuncia de todo tipo de abusos tanto hacia personas como a entidades, también son muestras de que los grandes valores de la sociedad aún permanecen inalterables en muchos individuos.
Pero también están los que nos muestran la peor cara de nuestros pares, tanto los inofensivos como aquellos que inventan una vida plagada de éxitos y buenos momentos personales sólo para mostrarse como les gustaría ser vistos, así como los más graves casos, como el de Neda Soltani, una profesora universitaria iraní que fue erróneamente identificada en Facebook por medios de comunicación, como Neda Agha-Soltan, una mujer y militante asesinada por paramilitares de ese país. Neda Soltani llegó a ser acusada de traición y espionaje, e incluso debió huir del país para evitar una sentencia a muerte. Nunca se disculparon con ella los medios que difundieron su perfil ni las personas que la persiguieron.
Este tipo de casos es el reflejo de que los límites de la privacidad están prácticamente rotos a cualquier nivel. Otro caso que demuestra esto es la protesta de Randi, la hermana del mismísimo Mark Zuckerberg, quien quedó expuesta a través de una imagen que compartió en forma privada pero fue difundida a través de Twitter donde se hizo pública, y ni siquiera su hermano pudo resolverlo.
Este caso insólito hizo que Randi se preguntara “¿Estamos condenados a que todo lo que se suba a las redes sociales sea público?”, algo que de momento no tiene una respuesta sino una gama de matices que ni siquiera estando en sintonía con los niveles de privacidad que manejamos en internet, nos exime de quedar expuestos.